Coronel Pringles: En símbolo de protesta por un abigeato en su chracra colgó dos cabezas de terneros en el mástil del Municipio

De donde soy una de las más queridas tradiciones de los políticos es apañar al cuatrero. Vaya por delante una historia:

Hace un tiempo había uno de esos Moreiras de alquiler, que hacía el trabajo sucio para un politicastro local. El matón robaba ganado y hacía desmanes, y el político lo protegía a cambio de beneficios. Además hacía de compadrito de ferretería en negocios de quintas y cosas así.

El matrero se cebó en la majada de un paisano en particular, hombre ya grande. El pobre tipo no podía hacerle frente solo a tres o cuatro mocetones que viven por y para el delito. Así que pidió ayuda a unos productores cercanos y los esperaron pacientemente una noche de luna.

Lo cazaron en plena faena y le dieron una marimba de palos como para él solo. Quedó hecho un Cristo y lo llevaron a la rastra a la comisaría, cabe suponer que para darle un descansito. A las 3 horas cae un abogado de ciudad, penalista reconocido. Como todo se sabe, nos enteramos 15 minutos después que los honorarios corrían por cuenta del político influyente. Lo que no supimos nunca es quién le pagó las muelas, porque se fueron a hacer gárgaras junto con 3 dedos de la mano derecha...

Otra historia, y esta pasa de castaño oscuro. Un rastacuero venido a gobernador, ladrón descomunal y soberbio, se desquitó de los gastos de la campaña rebañando cuanto pesito quedara en la olla pública. Lo único que lo se robó -por falta de tiempo- fueron los árboles de la plaza, porque hasta el terreno destinado a ella lo loteó de manera chambona y con menos papeles que un conejo de monte cuando fuera jefe comunal.

Este mostrenco -que ya había tenido problemas con hacienda ajena- tiene unas estancias. Decidió que, siendo gobernador, era perfectamente natural aumentar sus propiedades a la que te criaste nomás, mandando unos peones a cortar alambres linderos y anexar el terreno.

Lo que el gobernador no tuvo en cuenta, es que sus vecinos no se chupaban el dedo. Cuando sus empleados fueron a querer tomar un campo a plena luz del día los dueños la tuvieron facilísima para recrear la batalla por Okinawa. Baste apuntar que fue tanto el fuego de fusilería que la policía rural juzgó de alta política no intervenir sino hasta pasadas varias horas, y solo para preguntar si habían escuchado ruidos extraños...

En fin, al Excelentísimo señor no solo lo sacaron carpiendo cuando quiso incrementar sus dominios, sino que sus propios ladrones le terminaron afanando 60 vacunos finos. Esto se explica porque la imbecilidad del hombre corre pareja con su codicia, y los únicos que quieren trabajar para él son inadaptados, vagos y malentretenidos, de esos que cada fin de semana se maman y se cosen a puñaladas o tienen 5 entradas en la comisaría por robos y desórdenes.

Y uds. creen que el campo es apacible y pacífico

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