DOMINGO DE ANECDOTAS

(Hace muchos años de esto)

Empecé a salir con una chica. La cosa iba bien, eran nuestros primeros encuentros, pero era todo muy reciente (fuimos a tomar un café con tostados de jamón y queso). Hasta ese momento, éramos totales desconocidos para la otra parte.

Ambos estábamos aún en modo “acartonado”, no nos animábamos a largarnos del todo a mostrar nuestras personalidades; hacíamos comentarios divertidos pero hasta ahí. Había onda de ambos lados, eso era innegable.

A la segunda salida, me dice: “Sé que esto te va a sonar muy raro, pero quiero que conozcas a alguien” (en realidad esa segunda salida era “tema libre”: la pasé a buscar y no teníamos un plan fijo, supongo que la idea era ir a caminar y charlar).

“Mi abuela tiene 90 años y está enferma, le queda muy poco, está postrada en la cama en su casa; ya no hay mucho para hacer. El otro día la fui a visitar y le conté que salí con un chico por primera vez; me dijo que quería conocerte”. “¡Abuela! ¡No le puedo decir que venga a verte, casi no lo conozco!”-respondió ella. “¡Vos tráelo nena –respondió- y apurate!”.

Me dijo que, para ella, era una persona muy importante, que la ayudó muchísimo en su crecimiento y que su abuela específicamente le había dicho que quería conocerme. (¿?).

Me planteó esto muy seria, con miedo a un rechazo (se le notaba en la cara), estaba muy compungida tanto por la situación como por exponerse emocionalmente de esa forma ante una persona nueva.

Contesté: “Dale, vamos” (dudando un poco: “¡Carajo! ¡¿Qué estoy haciendo?!”, pero bueh, ¡Para adelante!).

Llegamos a su casa (alrededor de 20 minutos de caminata) y en el lugar, en un patio interno gigante, había alrededor de 10 personas (hijos/as, nietos/as, yernos/nueras etc.). Ahí conocí circunstancialmente, entre otros, a la madre de la chica con la que salía (solo un saludo corto, formal) y a hermanas/primos etc.

Estaban entrando de a uno a “despedirse”. ¿Vieron la escena de El Padrino, en el casamiento de la hija, que la gente hacía fila para entrar al despacho de Don Corleone para saludarlo? Bueno, así, pero mucho más triste, en una casa y para ver a una señora viejita (¡Honesta, eh! nada que ver con las actividades de Don Vito). La escena era bastante tensa, había mucho silencio.

Sentía que me miraban y pensaban: “¿Y este quién es? ¿Qué hace acá? ¿Va a entrar a verla?”.

Le dije a ella con voz bajita: “Che, pero esto no está bien. Va a perder tiempo conmigo en vez de ver a sus seres queridos”. “Si ella dijo que quería verte, es su decisión” –me contestó.

Caminé hasta la puerta con ella; al ingresar me presentó a su abuela (quien al verme sonrió “fuerte”) luego la chica dió media vuelta y se fue de la habitación… ¡Me dejaba solo con la abuela! (la miré con una cara como implorándole "¡Noooooo!, ¡No me dejés solo!", pero ya era tarde, había cerrado la puerta del lado de afuera).

La señora estaba en la cama y hablaba bien (pero bajito, con poca fuerza) y se notaba que era muy tierna, dulce. Con la misma sonrisa me dijo: “¡Que joven que estás! ¡Nunca te había visto sin canas!”. “¡Vení, acercate, dejame verte bien!” y me acarició la cara (no sé porqué carajo, pero se me llenaron los ojos de lágrimas; sentía que la conocía pero… ¡No la conocía!).

No sabía que hacer, ni que decir. No entendía nada de lo que estaba ocurriendo.

Me llamo por el diminutivo de un apodo que solo conoce mi familia cercana (nadie más: ni amigos, ni otros familiares… ¡Nadie! solo padres y hermanos y que, obviamente, la chica no conocía). Eso me terminó de shockear: “Summito (ponele) sos muy buen mozo, divertido, siempre estás atento a lo que necesitan los demás, me caés fantástico. No te enojes por tonterías de la convivencia, ¡Sos muy leche hervida, nene! ¡Hay que ser más tolerante! Vos cuidala a ella que ella te va a cuidar a vos”. (Chan. Lluvia de chanes).

¡La señora no me conocía! ¡Carajo! ¡La nieta casi que no me conocía salvo por una sola salida! ¿Convivencia? ¿Quéeeee?

Sentía que me conocía, no sé ni como explicarlo.

Me quedé atónito (me describió bastante bien, salvo por lo de “buen mozo”, ahí pifió) y me despachó: “Ahora salí y decile a mi nieta que entre; un placer haberte visto”.

Y así me despachó. Salí con los ojos llorosos (no sé porque carajo); me daba vergüenza que los verdaderos familiares me vieran así. Me quedé afuera esperando sentado en una silla alejada; ella entró un minuto y salió con una sonrisa pero con los ojos mojados.

Dejamos a los demás familiares despidiéndose y nos fuimos de la casa.

No sabía ni como encarar la charla posterior (y ella tampoco). ¿Qué carajo decís después de una vivencia así?

“Me dijo cosas que no entendí del todo pero que me dejaron regulando” –le dije mientras caminábamos. “A mi también”- me contestó y agregó: “No hablemos de eso, a lo mejor son producto de las medicaciones que le están dando para los dolores”, "Gracias por venir, no tengo palabras para agradecerte el gesto que tuviste"-siguió ella.

“¡Hay cosas que no tenía forma de saber! ¡Me llamó por un apodo que solo mis viejos y mis hermanos conocen!”-le dije dando vueltas al asunto.

Hicimos el pacto de no contarnos lo que nos había dicho a cada uno y seguir conociéndonos para ver que pasaba.

A los pocos días, falleció.

Nuestra relación siguió.

Esa chica hoy, muchos años después, es mi mujer. Mucho tiempo más tarde (ya viviendo juntos) hablamos del tema, le conté lo que me había dicho y nos reímos porque la pegó bastante.

A ella le había dicho: “Si, este es el chico que va a ser tu pareja, pero depende de ambos, no hay nada cerrado. Va a ser así si ambos quieren que así sea” –dijo la abuela.

Y así fue.

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