Vaya por delante que, hasta que empezaron los primeros “síntomas”, temas como tantra, yoga o tai-chi nos parecían un territorio de charlatanes que solo pretenden engañar a gente crédula para sacarle los cuartos, o algo peor.

Ahora vemos que algo hay detrás de todo eso, y después de mucho leer, vemos que tanto el yoga/tantra con su prana, sus chakras, sus nadis y su kundalini como el taoísmo con su qi-chi-shen, sus meridianos, sus dan-tiens y sus elixires están hablando exactamente de eso, pero de una forma tan (intencionalmente?) enrevesada que es prácticamente imposible sacar ninguna conclusión práctica.

Supongo que el haber llegado a esto desde una posición totalmente escéptica hace que nos resulte más fácil entender (o intentar entender) estas experiencias pensando que el único soporte físico (o sobrenatural) que necesitan para funcionar es nuestro propio sistema nervioso, del que, intuimos, todavía queda mucho por conocer. Entre una hipótesis basada en el juego de nuestras neuronas y otra que recurre a circuitos “energéticos” esotéricos, que ningún anatomista ha logrado descubrir, la navaja de Ockham nos hace inclinarnos por la primera.

Solo que hay un par de cosas en el juego que estamos observando en nuestras neuronas que no cuadra con las ideas clásicas de la neurología. La primera es que esa sensación tremenda que llamamos orgasmo puede sentirse en prácticamente cualquier lugar del cuerpo. La otra, más inquietante, es que es posible inducir estas sensaciones neuronales desde una persona a otra, incluso sin contacto físico.

De todo esto me gustaría hablar, comparando esta visión puramente neurológica con lo que dicen, en cuanto a sensaciones y en cuanto a consecuencias, las tradiciones yógicas, tántricas y taoístas (hasta donde podemos atravesar su espesa cortina de humo).